EN HONOR A LA MEMORIA DE JUAN GONZALEZ RAPOSO, MI ABUELO

Muchos se refieren a la muerte como algo natural para restarle importancia. Incluso algunos se atreven a expresarse de ella con insolencia tratando de demostrar una valentía que solo es apariencia, tal vez con la intención de derribar uno de los mayores tabúes de la sociedad y de ocultar el miedo a la idea de morir que realmente todo el mundo tiene y que nadie quiere enfrentar, ya que no fuimos hechos para eso. La Biblia enseña en el libro de Eclesiastés que Dios puso eternidad en el corazón del ser humano, por tanto, lo natural no es pensar en que tu vida acabe sino en el deseo de vivir para siempre. La muerte solo es un jarro de agua fría a este deseo del corazón humano, realidad que debemos enfrentar todos y que no podemos esquivar, especialmente cuando perdemos a un ser querido.

Estaba volando desde Ecuador a España y a punto de tomar el vuelo a Jerez para reunirme con mi abuelo me informaron de su gravedad. En ese mismo instante salió un gemido desde mi interior a modo de súplica al cielo: «Padre, concédeme el poder despedirme de mi abuelo». Dios concedió mi oración, mi abuelo Juan González Raposo partió a la presencia del Señor al día siguiente de mi llegada, un 6 de Julio del 2023 a las 22:00. Poco más de un mes han transcurrido desde que escribo estas palabras en honor a su memoria con el único propósito de dejar por escrito lo que pude alcanzar a decirle estando aún con vida.

Al llegar al aeropuerto, fui directo al hospital, a la habitación 144. Apenas podía abrir sus ojos a causa de la morfina pero podía escucharme. Pude recordarle que le quería mucho, que mi esposa no pudo venir pero que le mandaba su saludo y un favor personal: recordarle el evangelio de Jesús. Solo me salió una breve declaración: «En Cristo hay vida eterna». Él asintió a todo lo que le dije.

Dicen que recordar es volver a vivir y mientras escribo con lágrimas en mis ojos, quiero revivir ciertos momentos especiales con él. Mi abuelo Juan nunca fue muy expresivo hasta aquel día donde después de un año de vivir fuera, organizamos sorprenderle con mi llegada haciéndole creer que era una amiga de la familia la que venía a verlo. Cuando mi primo Israel le hizo salir a regañadientes de su sofá y me vio, se abrazó a mí y lloró como un niño. Él también nos sorprendió a todos con su reacción y aunque al principio me asusté porque no hubiera querido darle una emoción tan fuerte, ahora agradezco tanto ese momento porque fue un «te quiero» sin palabras.

No olvidaré esos calurosos días de verano donde traía el fruto de su tierra, unas ricas y enormes sandías que sentaban de lujo después del rico almuerzo de la abuela. Le conocían como el hombre del saco porque conducía en su moto desde su casa hasta la Colonia para ir a su campo y regresar cargado con frutas y verduras para que a mi abuela no le faltará de nada y también para bendecir al resto de la familia con lo que cosechaba en su campo, donde dedicó gran parte de su vida y proveyó a los suyos.

Pienso en aquella vez donde justo llegó con su moto a la casa y por casualidad me encontró arrancando dos matojos del jardín. Quiso reconocerlo pidiendo a la abuela que me diera algo de dinerito y amenazándome con enojarse si me resistía a aceptarlo.

¿Y cómo olvidar también esa salida nocturna a bajo de guía con mis abuelos para ir a ver la procesión del Cautivo? Le recuerdo con su típico caminar con manos atrás, siguiendo a la figura vestida de color morado, mientras mi abuela y yo caminábamos detrás suyo. Me emociona saber que mi abuelo ahora ya no sigue a una imagen, sino que está delante del trono del Cristo vivo y eterno, descansando y esperando la resurrección.

En enero de este año pude hablar con mi familia, estando el abuelo a mi lado, recordándoles que Dios trató a Jesús en la cruz como si hubiera vivido nuestras vidas para tratarnos a nosotros como si hubiéramos vivido la suya y sufrió el infierno para regalarnos el cielo. Y aunque siempre se mostró reticente, ya que no le gustaba sentirse obligado a hacer nada que no quisiera, estando a solas con él llegó a decirme que estaba de acuerdo con todo lo que había dicho.

Como diría el Señor Jesús, mi abuelo no está muerto, solo duerme por un breve tiempo que para mi abuela y su familia no nos resultará tan breve. Solo un poco más de tiempo, abuela. Y aunque nunca escuché confesar con su boca al Salvador, cada vez que recuerde a mi abuelo mi pensamiento será que al final creyó en su corazón y que declaró en su privacidad algo similar a las palabras del profeta Jeremías:

Me sedujiste, oh Señor, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste. 

Y que el Señor le recibió como lo hizo con el profeta Oseas:

Con cuerdas humanas te atraje, con cuerdas de amor.

Ahora me dirijo a ti abuelo, con la ilusión de que tal vez un ángel pueda hacerte llegar estas palabras que te dedico:

Mi familia y yo siempre te recordaremos con amor y agradecimiento por todo lo que hiciste y por lo mucho que significaste para todos los que, como nosotros, tuvimos el gusto de conocerte.

Hasta verte de nuevo.

Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él.

1 Tesalonicenses 4:13-14
Celebrando uno de los cumpleaños de Israel en casa de los abuelos
Recordemos los buenos recuerdos para revivirlos

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